¿Quien cuida al que te cuida?

¿Quien cuida al que te cuida?

ESE PEQUEÑO FRAGMENTO DE ARN MONOCATENARIO

Algunos meses después de que empezara a alterarse la cotidianidad de nuestros días de una forma que todavía no somos capaces de dimensionar, ese pequeño fragmento de ARN monocatenario de origen incierto me sorprendió como un polizón celular y me abofeteó con una sobredosis de hiper-realidad. Aunque, para ser justos, llegó en el momento exacto: después de una PCR furtiva surgida de unos días de más cansancio y sensación de enfermedad, gracias a que un compañero insistiera en que me la hicieran al ver que algo en mi no estaba funcionado como de costumbre. Si no hubiera sido por eso, tal vez nunca hubiera sabido qué estaba pasándome. El jarro de agua fría llegó después, al ver el resultado del laboratorio con un indudable «positivo» que detuvo mi vida por un instante en el que cogí aire hasta lo más hondo de mis alveolos.

Con el positivo llegaron infinitas preguntas sobre qué ocurriría en los siguientes días porque cuando te toca, no sabes si tendrás suerte y serás uno de los afortunados con pocos síntomas o si por el contrario tu cuerpo reaccionara de manera vertiginosa ante este atropello invasor celular con una cascada de reacciones que van a hacer que tu cuerpo sucumba de manera irremediable. Y tienes miedo. Ante esa sensación de incertidumbre sientes un miedo puro, auténtico, profundo, que sale de la columna que sostiene tu vida y a todo lo que más quieres, a tus hijos, a tu marido, a tu familia. Miedo por ellos, miedo por lo que pueda pasarles. Miedo por todo lo vivido en los meses previos, en los que has visto las caras de muchos que ya no están, que no tuvieron suerte. Miedo porque no quieres ser uno de ellos. Miedo porque has visto y vivido en primera fila a la parte más terrible de esta enfermedad, la que muchos ignoran o niegan, pero que es tan real como cada uno de los que la ha sufrido.

En medio de este remolino de sentimientos te preguntas si ha merecido la pena. Y no sabes la respuesta. Toda la vida dedicada al esfuerzo continuo de estudiar, de mejorar, de formarte, de tratar a los demás sacrificando todo tu tiempo y el de los que tienes cerca, y no sabes si ha merecido la pena. Y entonces te das cuenta de que este virus tiene como efecto secundario que hace brotar hacia la superficie humana lo mejor y lo peor que cada cual lleva dentro, que te descubre como un suero revelador los que de verdad importan y se preocupan por ti. Como una máquina de la verdad. Infalible. Los que de verdad son parte de tu vida y de tu persona. Y además, los otros, los que nos rodean en nuestro extraño trabajo de médicos que de alguna forma se transforman en una especie de familia adoptiva con la que convives más horas que con la que tú has formado. Y agradeces a los que de verdad se han preocupado por ti de forma sincera. A los compañeros que de verdad te aprecian y que te hacen sentir una persona querida.

Eso es lo que olvidamos en la rutina machacona de los días de trabajo sin tiempo para pensar, que somos personas. Tenemos siempre muy presente que tratamos personas, pero siempre olvidamos, y olvidan, que nosotros también lo somos. Ayudar y cuidar a personas, esa es la medicina que nos gusta hacer y vivir. Pero la realidad es que en este mundo donde lo que importan son nuestros números, nuestras estadísticas, al final tienes la sensación, la certeza, de que lo humano da igual a esta inmensa rueda de roedores en la que alguien nos ha encadenado en algún momento, que lo unico que importa es que haya alguien con una bata blanca sentado detrás de la mesa, sin importar demasiado lo demás. Mano de obra o, como dijo un gran sabio, cerebros de obra. Alguien a quien culpabilizar de una demora, de la gestión de las agendas o de cualquier otra cosa sobre las que los médicos no tenemos ningún control pero sí toda la responsabilidad. Al final, poco importa la parte humana, lo que interesa es cualquier bata que pueda seguir cumpliendo con la agenda.

Y en esta rueda que nunca se detiene, ¿quién cuida al que te cuida?. Pues nosotros mismos, tenemos que ser nuestros propios cuidadores, los que velemos por nosotros, por nuestra salud física, mental y emocional, y por la de nuestros compañeros, porque nadie, absolutamente nadie, cuidará de nosotros en ningún momento.