No sólo de Covid muere el hombre

No sólo de Covid muere el hombre

Octubre de 2020.

Han pasado meses ya desde que empezara todo, y ahora tengo la sensación de estar como al principio. O incluso peor. Peor por ser más vieja, por estar más cansada y sin duda por el ruido bochornoso del mundo más próximo. Al principio parecía sencillo: mascarilla bien ajustada, lavado de manos y distanciamiento social. Muy fácil. Pero claro, era demasiado sencillo y tuvo que complicarse con la aparición de múltiples pequeños detalles que poco a poco han ido torciendo la cosa hasta la situación actual. El mejor de los acontecimientos, el más llamativo de todos, es el extendido mal tan popular en nuestro país, aunque antes nunca visto, que apareció junto con el SARS-CoV-2 de manera casi simultánea: el Síndrome de las Mandíbulas Caídas o Síndrome de las Mandíbulas Batientes. Se han avistado incontables personas en nuestro medio que padecen del mismo, y poco se ha comentando sobre ello. Desde que se recomendara el uso de la mascarilla (y hacerlo bien, ajustándola sobre la nariz y debajo de la barbilla, porque si no la mascarilla no sirve de nada y lo que tu respiras fluye libremente hacia el que está junto a ti) gran parte de nuestros congéneres ha sentido el terrible peso de la barbilla, nunca antes notado, como si de toneladas colgantes habláramos, que obliga de manera repetitiva e imperiosa a sujetársela con la mascarilla orejera, para evitar las termidas pérdidas de baba o incluso de la propia quijada, pero eso sí, con suficiente holgura para no impedir que las palabras de  los afectados del Síndrome de la Mandíbula Batiente salgan bien eyectadas con sus propias gotículas víricas (o bacterianas, o lo que se tercie, como el humo del cigarrito que potencia este síndrome) como proyectiles hacia los ojos, narices y bocas ajenas. Cierto grupo de científicos interesados en la materia se encuentran ya postulando teorías sobre lo que ocurrirá cuando algún día, dentro de un par de años, se pueda volver a ir sin mascarilla libremente para contagiar a los demás sin remordimientos, y la hipótesis más extendida es que parece que esas mandíbulas péndulas acabarán cayendo para siempre de forma irremediable, precipitándose por una elongación ligamentosa témporo-mandibular suprema que a día de hoy parece irreversible.

Todos los afectados del síndrome comparten un punto común: el pensamiento talámico erróneo de hiperinmunidad, inmortalidad y yolovalguismo superlativo que como una sobredosis de dopamina les inunda el conocimiento racional y les nubla el pensamiento más allá del minuto en el que sobreviven, incapaces de valorar que cada acción individual va a repercutir en el conjunto global de los acontecimientos y en el destino vital de otros muchos, de otros, o de cualquier otro. Los otros, los que también se mueren por Covid pero no de Covid, los que mueren por culpa del Covid no diagnosticados de sus enfermedades que nada tienen que ver, no tratados en un mundo en el que existe tratamiento para muchas cosas. Los olvidados. Se llamaba Miguel y tenía treinta y tantos. Tenía un hijo pequeño y su leucemia, aunque había dado señales claras desde hacía semanas, no fue diagnosticada a tiempo por una extraña situación sanitaria que le impidió recibir una atención adecuada, lo que ocurre cuando los recursos finitos de los que disponemos se utilizan exclusivamente para un fin, entre otras razones. Tardó 24 horas en morir desde el diagnóstico por una hemorragia cerebral masiva al haberse quedado su cuerpo sin defensas y sin plaquetas. Miguel, aunque nunca contará en las estadísticas (en las que olvidamos con frecuencia que cada número individual es una vida humana con un nombre, con una historia, una persona real con sus deseos, con sus sueños, con sus vivencias y con sus miedos, con su visión del mundo), será otra de las víctimas que esta situación ha desencadenado. Por eso Miguel nunca debe ser olvidado.

Si crees que eres inmortal al Covid y te da igual el rollo de las mascarillas y de la distancia social porque tú estás más allá de eso, porque tú vales más que otro ser humano al que no te importa contagiar, piensa que no vas a ser inmune al accidente de tráfico que vas a tener, a tu infarto, a tu peritonitis, a tu cáncer, a tu aneurisma roto, a tu fractura de cráneo. Aunque sea por egoísmo puro por ti mismo, ponte la mascarilla correctamente ajustada sobre la nariz y por debajo del mentón (mascarillas que protejan, de las de verdad), lávate muchísimo las manos y evita espacios cerrados y concurridos. Como muchos dicen quejándose por tan cruel recomendación diseñada para estropear su imprescindible existencia como excusa terriblemente egoísta para no utilizarla «es que hay que seguir viviendo» (cuando diariamente mueren cientos de personas en nuestro entorno por esta enfermedad) o como dice mi vecina en el ascensor en el que va sin mascarilla «hay que relajarse», tenemos que responder: justo, la clave de todo esto es seguir viviendo, y permitir que la mayoría de las personas, incluído tú, sigas haciéndolo. Recuerda que no sólo de Covid muere el hombre, y, aunque no sea por esta enfermedad, el Covid, de una forma u otra, te acabará afectando.